Acompañar en el dolor

Acompañar en el dolor al otro supone ESTAR. Lo escribo en mayúsculas porque ESTAR significa que tu ser se conecta con el otro (no con su dolor) y ESTÁ. En plenitud, a su lado, respirando al mismo ritmo. 
Acompañar en el dolor es mirar a los ojos y ver el vació que atraviesa el otro sin pensar en qué decir, en qué hacer.
Acompañar en el dolor es coger la mano de alguien que va a morir en unas horas y, mientras aún está consciente, escuchar sus miedos y acogerlos. Es abrazarle y agradecerle el camino compartido. También es llorar y decirle todas las cosas que echarás de menos y cuánto te hubiera gustado tenerle en este plano más tiempo.
Acompañar en el dolor es reconocerlo y darle el espacio que se merece. Es permitir que las paredes se tiñan de oscuridad y no tratar de pintarlas de otro color.
Acompañar en el dolor es permitir que la rabia reine por un día y rompa sueños y pierda toda fe en esta vida. 
Acompañar es sostener para que el dolor no sea lo último que trague la persona en vida.

Acompañar en el dolor es un acto que requiere mucha valentía y altas dosis de experiencia. Necesitas haber permanecido en el pozo lo suficiente, para entender que algún día hallará una salida. Debes saber que el dolor es un compañero de viaje que puede ayudarte si le haces un hueco en tu vida, pero no permitas que se convierta en tu único amigo.


Si alguien a tu lado está sufriendo en una situación que tú ya viviste, recuerda que sabes que duele, pero no sabes CÓMO le duele.

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